Fuente original: tendencias La Tercera
Interesante entrevista realizada a periodista que se ha dedicado a investigar acerca del tema del dolor.
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El español Javier Moscoso ha dedicado parte de su vida a tratar de entender el significado y la historia del sufrimiento. Según este investigador que estuvo recientemente en Chile, aunque el dolor y las emociones nos parecen tan personales, al estudiarlos en el tiempo es posible ver que están muy influidos por la cultura y que pasiones como los celos y el resentimiento son profundamente modernas.
por Angélica Bulnes
LA DEFORMIDAD física. El sufrimiento. El resentimiento. La envidia. Al español Javier Moscoso no le gustan los temas fáciles. Este profesor de filosofía e historia de la medicina se ha dedicado a investigar asuntos que otros prefieren evitar y le ha ido bien: ha sido parte de algunos de los centros de historia de la ciencia y la medicina más prestigiosos del mundo como el de la Universidad de Harvard, el instituto Max-Planck en Berlín o el Wellcome Institute de Londres. Además, su libro Historia cultural del dolor fue escogido por el diario El Mundo como uno de los 10 mejores títulos de no ficción de 2011.
La semana pasada Moscoso llegó desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, donde actualmente trabaja, a Santiago invitado por el Departamento de Historia de la Universidad Alberto Hurtado. Aquí explicó que aunque frecuentemente creemos que el dolor o las emociones son experiencias muy personales, al estudiarlos en el tiempo es posible ver que no son tan individuales y que la forma en que los vivimos está muy influida por la cultura. “La investigación sugiere que los dolores no son tan íntimos como se pensaba, ni tan incomunicables como algunas personas sostienen. Hay toda una historia cambiante de las formas en que los seres humanos hemos enfrentado nuestros padecimientos físicos”.
-¿Eso significa que la forma de sentir el dolor ha cambiado? Por ejemplo, ¿el dolor de muelas de Platón es igual al que yo tuve hoy en la mañana?
-No. No podemos decir exactamente ni cuantificar cómo ha cambiado, pero hay un conjunto de variables que permiten decir que es muy poco probable por no decir imposible que tu dolor de muelas se parezca no ya al de la antigua Grecia, sino que al que sentían los habitantes de la Europa del siglo XVI.
-¿Por qué es distinto?
-El dolor se compone de tres elementos: uno puramente biológico que tiene que ver con la constitución del sistema nervioso. Tiene también un elemento sicológico vinculado con la propia valoración que hace el paciente de su dolor y, por último, tiene un elemento sociocultural, es decir, el contexto en que uno tiene la experiencia. La forma en que tú sientes un dolor depende de esas tres variables y si tú sabes que tu dolor de muelas no tiene solución, que lo más que puedes esperar es que venga un sacamuelas que va a intentar extirparte el diente con una espada o tirando del caballo en la plaza, sin duda tu evaluación va a ser muy diferente de la que haces ahora cuando sabes que con un fármaco el dolor va a desaparecer en media hora.
– ¿Y a quién le duele más, a nosotros o al europeo del siglo XVI?
-Quizás en principio nos duela menos porque sabemos que podemos ser sanados en forma breve, pero quizás por lo mismo, nuestra tolerancia es menor y nos puede doler más. Por eso no está claro, pero lo que sí sabemos es que es distinto.
En la historia, explica Moscoso, lo habitual era que las personas sencillamente aprendieran a convivir con el dolor. Eso es justamente lo que ha cambiado en el mundo contemporáneo: en los últimos doscientos años, la sociedad occidental ha tratado de ir estableciendo una división entre dolores necesarios e innecesarios.
-¿Qué es dolor necesario?
-El dolor de un brazo que te señala que vas a tener un infarto es un dolor necesario. El dolor que te indica que vas a tener un problema es un buen dolor. Pero el dolor que sigue presente, por ejemplo, cuando ya estás más que diagnosticado de cáncer es un dolor claramente innecesario.
Distinguir entre unos y otros es más bien materia de debate no sólo clínico, sino también cultural, social, religioso. Depende entre otras cosas de quiénes son considerados dignos de ser aliviados y de los métodos aceptados para hacerlo. Eso es, por ejemplo, lo que está detrás en la discusión sobre el uso terapéutico de la marihuana o la eutanasia. La historia de la anestesia es reveladora en ese sentido, porque no se desarrolló de manera igualitaria para todos. “En Estados Unidos se consideraba que las personas negras no la necesitaban como los blancos, por ejemplo. Entonces, hay un montón de prejuicios que tienen que ver con quiénes somos nosotros o quiénes son los otros para quienes el dolor debe tener un grado o límite y para quienes en cambio es su naturaleza y tienen que soportarlo. Eso es lo que se está poniendo en duda hoy”.
Esta discusión entre la utilidad o no del dolor, dice Moscoso, va más allá del cuerpo y la medicina y se puede llevar a “la educación, el desarrollo económico y para nuestro progreso o regreso social”. También en relación a la memoria histórica tal como ilustra el caso de la conmemoración de los 40 años del golpe de Estado en Chile, en el que parte de la discusión se centró en si la sociedad necesitaba o no traer los dolores del pasado y ponerlos sobre la mesa para sanarse.
Según Moscoso, un hito clave en este camino en la distinción entre buenos y malos sufrimientos es la aparición de las unidades de tratamiento del dolor, que nacieron después de la guerra de Vietnam para ayudar a los soldados heridos y traumatizados a reintegrarse en la sociedad. Desde este grupo se extendieron a otros como enfermos terminales y crónicos. “Lo que han hecho estas unidades es entender el dolor no sólo como el síntoma de una enfermedad, como se hacía antes, sino como una enfermedad en sí misma”.
Pero esta tendencia hacia la democratización del tratamiento del dolor, para este investigador, convive con otro instinto muy perturbador que tiene que ver con la forma en que la sociedad contemporánea consume y muestra el dolor, particularmente en los medios: “Representamos el mal radical, es decir, la violencia que no puede ser justificada ni comprendida desde ninguna lógica. Nos gustan las películas de los asesinos cuyo comportamiento no puede ser justificado, nos gustan las imágenes de violencia que no conducen a nada. Eso es algo completamente propio de los siglos XX y XXI. Completamente nuestro”.
-¿Por qué?
-Hay imágenes de Tiziano o Rafael, grandes pintores del Renacimiento, que son de extraordinaria violencia, o escenas del gótico tardío donde los santos son sometidos a tormentos terribles, pero esas tienen una función política o pedagógica, buscan enseñar algo. Pero eso no es lo que uno ve, por ejemplo, en Funny Games (una película de Michael Haneke, sobre la banalidad del mal y la forma en que un grupo de jóvenes daña y mata como si fuera un juego). Lo mismo ocurre con las imágenes de ajusticiamientos públicos en Irak, o la recreación de la tortura de Abu Ghraib. La reiteración sistemática de estas imágenes, su presentación pública, no sólo afecta a la denuncia o al interés informativo (que puede existir), sino que hay también una recreación un tanto perversa del mal y el daño que les ocurre a otros. Detrás de la representación de la violencia y el dolor extremo en el siglo XXI hay una cierta característica pornográfica que revela un vaciamiento de valores culturales. Es una recreación muy indecente, del mal por el mal.
Pero no sólo de dolor vive Moscoso. Últimamente también lo hace de los celos, la ambición, el resentimiento y la envidia, que son los temas en los que se centra su nuevo libro que va a publicar en 2015. Ahí el historiador pretende demostrar que esos sentimientos son característicos de la sociedad actual. “Aunque algunas de estas emociones ya se conocían en otras épocas, hay una serie de elementos que confluyen y hacen que aparezcan con una nueva expresión, forma e intensidad. Muchas están ligadas a la que considero como la gran fuerza emocional del mundo contemporáneo: la ambición”.
-¿Por qué la ambición es una novedad del mundo contemporáneo?
-Es una pasión que existe sólo cuando te dicen que puedes ascender de simple oficial de brigada a emperador de Francia tal como le pasó a Napoleón en menos de una década. En las sociedades antiguas, en la Edad Media, no existía la meritocracia. Como mucho, cada cual podía distinguirse dentro de su propio estamento o clase. Sólo en la medida en que aparece la capacidad de trascender las circunstancias del nacimiento, aparecen los celos y la envidia, la aspiración a poseer lo de otros y a defender lo que consideramos nuestro.
-¿Qué tienen de modernos los celos?
-Los celos románticos aparecieron como resultado de una modificación en la estructura de la familia, que ya no se establece en torno a acuerdos de naturaleza sólo económica. La nueva familia romántica introduce el amor, lo que también es una gran novedad: las parejas van a pensar que ya no tienen por qué casarse por conveniencia, sino por amor. En consecuencia, la mera falta de amor es una razón para divorciarse. Eso en el siglo XVI hubiera sido impensable. Había otros motivos que podían forzar la separación, como la esterilidad de tu pareja, particularmente de la mujer, pero esto de que el amor es suficiente para acabar con un matrimonio es algo muy propio del mundo contemporáneo, lo que también da la posibilidad de que uno pueda casarse entre clases, tener distintos amores, mantener una idea diferente y posesiva de la propia pareja. Todos estos son elementos que contribuyen al desarrollo de los celos románticos.
Lo mismo ocurre, dice Moscoso, en el caso del resentimiento, también una emoción contemporánea, que sólo aparece en forma masiva cuando la expectativa de vivir en una sociedad en la que el ascenso social depende del mérito y no del nacimiento no se cumple.
-¿Cuál es la relación entre resentimiento y meritocracia?
-El resentimiento está ligado a la promesa meritocrática. Por ejemplo, los movimientos de indignación actuales están protagonizados en gran parte por jóvenes que consideran que la sociedad no les ha proporcionado el futuro que les había prometido inicialmente. Esto es así porque el resentimiento no es un sentimiento sólo individual, sino un movimiento de naturaleza política, una experiencia colectiva que demanda o exige justicia frente a lo que los afectados consideran una afrenta a sus expectativas. Los sentimientos en general siempre se dan de manera colectiva, se viven de acuerdo a parámetros culturales que hacen posible la aparición de experiencias y emociones sociales que conducen en ocasiones a una acción política: particularmente la acción de la denuncia, que es una de las grandes obsesiones de nuestro mundo contemporáneo. Puede que la denuncia sea verdadera o falsa, pero ese no es el tema que yo persigo como historiador. Mi preocupación es el carácter obsesivo de la denuncia. Eso también es nuevo.
-¿Y el resentimiento no es también una forma de dolor?
-Sí, el resentimiento también está ligado al daño que no termina de ser sanado. De ahí que, como forma pasional exaltada, estuviera relacionado con alguna de las enfermedades mentales de comienzos de nuestro mundo contemporáneo, como la monomanía (un tipo de paranoia en la que el paciente sólo puede pensar en una idea o tipo de ideas). Aquí, como en otros casos, la pasión puede conducir a un estado patológico, marcado por la angustia que produce la obsesión de la denuncia.
-¿Y crees que el dolor es una escuela de crecimiento personal?
-Del dolor siempre se aprende, pero no es ni el único ni el mejor modo de aprender.
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