No sé si alguna vez has visto esa caricatura de un perro que tiene agarrado un hueso a su collar que nunca puede alcanzar. Algunas veces lo usaban en historietas en escenas donde un animal más pequeño quería engañar al perro para hacerlo avanzar y usarlo como transporte de manera gratuita. Hay veces que en la vida podemos creer que somos como ese perro.
Tenemos esta sensación continua de que en “algún momento” vamos allegar a ese “lugar ideal”. El hueso se transforma en el símbolo de aquel estado paradisíaco en dónde no tendremos más necesidades, dónde todas las circunstancias estarán “como deben estar”, dónde todas las relaciones funcionarán “cómo deben funcionar” y dónde finalmente todo lo que nos rodea jugará a nuestro favor.
Este pensamiento tiene implícita la idea de que las circunstancias que no son fáciles, que nos sacan de nuestra zona de seguridad, o que no son cómodas para nosotros son un “error del sistema”, algo que a toda costa debemos evitar, rechazar, arrancar.
¿Pero qué pasaría si descubriéramos que el propósito de Dios para nuestras vidas es más profundo que sólo producir un cambio en nuestras circunstancias?
Hay cristianos que viven sus vidas en la búsqueda de ese “hueso espiritual”. Se sustentan en la idea de que ese GRAN plan en algún momento se manifestará en sus vidas…pero en realidad nunca logran llegar ahí. Se frustran porque sus realidades actuales les detienen. El problema y los límites está allí afuera. En algo, en alguien, o inclusive en Dios. Esto les lleva a pensar que el presente es más bien un estorbo para lo que vendrá en el futuro. Dicen: “Salgamos rápido de ésta para llegar pronto al siguiente escalón de la fe”. “Apuremos el tranco, tomemos la vía rápida, el atajo”. La verdad es que a nadie le gusta la tierra del medio. Los puntos suspensivos muchas veces nos frustran y desaniman sobre todo cuando pensamos que lo mejor está por venir….pero ese «por venir» al parecer nunca llega.
Estas personas cantan en su interior (pero muy silenciosamente para que nadie los escuche) la estrofa de la canción “El baile de los que sobran” del grupo «Los prisioneros»:
“Hey conozco unos cuentos
sobre el futuro,
hey el tiempo en que los aprendí
fue más seguro.”
Sin embargo, cuando leo lo que Pablo le escribe a la iglesia que estaba ubicada en la ciudad de Filipos, en el primer siglo, observo algo muy distinto.
Mira una vez más este conocido pasaje:
Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva.
Filipenses 1:6
Pablo no nos está hablando de una obra que comenzará en el futuro. El no habla de un estado de algo que aún no comienza. Lo que sí está diciendo es que esta obra ya comenzó en el pasado. Hay algo que sucedió. Hubo un comienzo. ¡Un proceso que ya se inició está ahora en pleno desarrollo!
Este pasaje tiene además contenida una promesa. “Dios, quién comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo vuelva”. Es decir, Dios está involucrado activamente en el proceso de continuar este propósito que ya comenzó en nosotros y la obra completa la veremos cuando Cristo Jesús regrese.
Ahora. ¿De que buena obra está hablando?
Si avanzamos en el mismo capítulo veremos una luz a lo que Pablo se refiere:
Que estén siempre llenos del fruto de la salvación —es decir, el carácter justo que Jesucristo produce en su vida— porque esto traerá mucha gloria y alabanza a Dios.
Filipenses 1:11
La gran obra de Dios realizada fue la salvación. Una realidad que fue instalada en nuestras vidas por medio de la fe en Jesús y que seguirá creciendo en nosotros (en comprensión y conocimiento v9) que por medio de su Gracia hasta que Cristo regrese. Pablo ora para que el Fruto de Salvación, es decir, el “carácter justo que Jesucristo produce en nuestras vidas”, se manifieste completamente en la vida de los Filipenses y por extensión en nosotros.
La Gran obra que Dios está forjando en nosotros es que lleguemos a ser como Cristo. Dios nos rescató, pero el proceso no se detiene ahí. Dios está decidido a formar a Cristo en nosotros. Este proceso ya lo comenzó y será fiel en completarlo.
Esto me lleva a pensar un par de cosas:
Cómo interpreto las circunstancias que me rodean.
Dios usa las circunstancias para formar a Cristo en mí. Las circunstancias no son el fin, son el medio. Cuando comprendo esto puedo estar más atento a como Dios está obrando en mi presente para que llegue a ser como Cristo. Esta actitud frente a las circunstancias no es sinónimo de resignación frente a lo que vivimos. Esto significa que, ya que Dios está a cargo de mi vida, es decir, de mi pasado, mi presente y mi futuro, puedo afirmarme, confiar y acudir a su Gracia para que Su obra se perfeccione en mi vida a pesar de la vulnerabilidad que siento en el presente.
Si creo en un Dios soberano y poderoso puedo tener certeza que Él puede cambiar mis circunstancias. Pero también sí el Dios en el que creo es Amor, debo tener la certeza de que su propósito de formar a Cristo en mí será prioritario, ya que lo único que me podrá llevar a experimentar la verdadera libertad en esta vida es ser como Jesús.
Desde nuestra mirada limitada y humana, el cambio de las circunstancias es lo que tiene más impacto. Desde la mirada de la eternidad, el cambio que tiene más impacto es el cambio del Corazón para que lleguemos a ser como Jesús.
Como enfrentamos las circunstancias que nos rodean.
La vida la podemos enfrentar desde una mirada de caos o una mirada de desorden.
El caos tiene implícito el concepto del sin sentido. El caos no tiene un hilo conductor, es incontrolable y es potencialmente irreversible.
El desorden, en cambio, implica la idea de que las consecuencias “desordenadas” del presente tuvieron un origen. El desorden parte de un orden y por lo tanto tiene el potencial de volver a ser ordenado.
Cuando vemos el mundo actual, la sociedad, los dolores, las pruebas, los conflictos podemos enfrentarlas con una mirada de caos. Esto nos trae desesperanza, ansiedad, inquietud y temor.
Sin embargo, la Biblia nos muestra desde el Génesis al Apocalipsis de que hay alguien a cargo. Hay un Señor de la historia y es Dios. Y ya que hay alguien a cargo el desorden puede dar lugar al orden.
Lo que Dios nos muestra en su plan de redención para la humanidad (y para nosotros de manera personal) es que el ya comenzó un plan para traer orden. Hay desorden aún. Hay cosas no completas. Hay incertidumbre. Hay dolor. Pero él está a cargo del orden.
Esto debe traer esperanza a nuestras vidas. Cuando sé que Dios está a cargo del orden, puedo tener la certeza de que Él completará la buena obra en mí. Puedo enfrentar las circunstancias con fe. Puedo vivir la vida con un sentido de dependencia. Puedo saber que Él es quien conoce el mejor camino. Y puedo confiar que aún cuando las situaciones sean incomprensibles en mi presente, Dios está obrando para formar a Cristo en mí y que este fruto tiene implicancias presentes y eternas.
Esto, por ejemplo, nos llevará a enfrentar nuestras circunstancias: pidiéndole más fe a Dios para confiar en sus promesas, nos puede desafiar a orar por más de su Gracia para ser fortalecidos en medio de la incertidumbre, o tal vez a nos guiará a hacer la oración sencilla y honesta pidiéndole a Dios que cambie nuestras circunstancias si es que eso está en su voluntad.
Por último, esta esperanza de orden se puede convertir en el ancla que nos ayudará a perseverar en la oración en medio de la “noche oscura del alma” confiando en su promesa de protección, cuidado y propósito.
La buena obra de Dios es formar a Cristo en nosotros. Él la va a completar. Él la está realizando si estás en Cristo. Él es quien trae el orden en el caos y que te afirmará con su Gracia en medio del “desorden pasajero”. Lo he experimentado en mi propia vida, sin duda lo puedes ver en la tuya. Ya que ÉL comenzó la buena obra en ti, será fiel en completarla.
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